viernes, 25 de septiembre de 2015

Octaedro: 1. Liliana llorando


Julio Cortázar, escritor argentino nacido en Bélgica y muerto en París con la nacionalidad francesa (esto ya dice mucho de lo que viene detrás), concibió una obra tan singular como rompedora. 
Cortázar tratará de renovar, de una forma u otra, el lenguaje tal y como lo conocemos. Y esto que se propone no es nada fácil, desde luego. Sin embargo, en 1963 publicará una novela escrita en una prosa poética que destruirá el concepto de literatura que se tenía y se tiene hoy. Naturalmente, hablo de Rayuela, que, sin duda, es uno de los mejores trabajos de este escritor.
Cortázar también cultivó otros tipos de géneros, como la cuentística. Tiene varias antologías publicadas, y, en ellas, su temática es tan llamativa y ambigua como en Rayuela. Yo, personalmente, he escogido Octaedro, cuya recopilación comprende ocho cuentos completamente posibles por su propia cuenta, pero que si, por alguna razón, se montan unos encima de otros, encajando sus similitudes y sus diferencias, aparecerá en nuestras manos un verdadero octaedro, un poliedro de ocho caras; es decir, que la obra en su conjunto tiene sentido, funciona por sí sola.

Los cuentos que componen su índice son:
  1. Liliana llorando
  2. Las huellas en los pasos
  3. Manuscrito hallado en un bolsillo
  4. Verano
  5. Ahí pero dónde, cómo
  6. Lugar llamado Kindberg
  7. Las fases de Severo
  8. Cuello de gatito negro
Sin más, analizaremos lo mejor posible el cuento primero, Liliana llorando:

La narración se abre con un monólogo interior que durará hasta el último punto del cuento. En él se nos presenta a un protagonista (no menciona en ningún momento su nombre) que habla de su médico Ramos y de cómo éste siempre respeta sus decisiones. Poco a poco se nos va iluminando la escena: el protagonista está enfermo, con pocos días de vida, y no quiere que se le moleste cuando escribe, pues así es cómo él canaliza su inestabilidad y consigue relajarse. 

Éste protagonista está casado con Liliana, una mujer descrita como una persona frágil y vulnerable. Por ello (y por otros factores, suponemos) el protagonista no quiere que Liliana sepa que éste morirá dentro de poco.

De esta manera, una vez introducidos en la mente del sujeto literario y teniendo presente su situación y su conjunto de relaciones personales (su médico, Ramos, muy amigo suyo; Liliana, a la que ama con verdadero fervor) el protagonista comienza, una vez asume que no vivirá mucho más, a pensar en qué ocurrirá cuando se haya ido. Piensa que el entierro será lúgubre, que Alfredo, su mejor amigo, acompañará a su madre y a Liliana, aguantando la compostura mientras las dos mujeres se lamentan. Pero lo que realmente le da miedo al protagonista es el momento en que ya haya acabado el entierro, una vez estén todos en casa. Los amigos, en general, se irían a comer juntos, como hicieron con él en otros entierros, y recordarían e, incluso, bromearían sobre él. En su casa, sin embargo, Alfredo cuidaría con mucho cariño a su madre y a Liliana, y llevaría a Pocho (un niño pequeño que vive con ellos, no se explica de quién es hijo o de donde procede) a una finca a distraerlo y jugar con él. 

Alfredo, comprometido con la causa, descrito de manera diferente al resto de amigos, ayudaría en todo lo posible a la familia, no le cabe duda al protagonista. Sin embargo, Liliana, cuando estuviese sola en la cama, lloraría.

Poco a poco el tiempo irá pasando, y la imagen del protagonista se desdibujará poco a poco. Eso provocará una unión entre Alfredo y Liliana, que, sentados junto al fuego, acaban besándose.

Después de esta escena, el protagonista narra así:
"No había nada que decir, había ocurrido así y no había nada que decir. [...] Inútil murmurar cosas tan sabidas, Liliana llorando era el término, el borde desde donde iba a empezar otra manera de vivir. Si calmarla, si devolverla a la tranquilidad hubiera sido tan simple como escribirlo con las palabras alineándose en un cuaderno como segundos congelados, [...], si solamente fuera eso pero la noche llega y también Ramos, mirando los análisis... [...]"
Con este "puente" el protagonista regresa al presente, a la realidad, con la conclusión de que esa Liliana del futuro (producto de su imaginación, basada en una Liliana que existe en el presente) sólo puede concebirse llorando, y en el caso de que rompa ese parámetro, técnicamente esa Liliana dejará de existir, a pesar de ser todo esto teorías que se entreveen entre líneas.

Finalmente, el final del cuento es digno de citarlo tal cual:

"[...], que espere por lo menos a que sea de día antes de decírselo a Liliana, antes de arrancarla a ese sueño en el que por primera vez no está más sola, a esos brazos que la aprietan mientras duerme."

Una vez resumido el cuento, podemos profundizar un poco más. La realidad en Liliana llorando se puede segmentar en tres bloques:
  • Pasado: Recuerdos del protagonista. Apenas aparece durante el relato, lo cual es uno de los grandes intereses en este cuento: un hombre que, a punto de morir, decide inventarse un futuro que, de una manera u otra, le alivia (o no) en vez de refugiarse en tiempos pasados, buenos momentos, etcétera.


  • Presente: Comienzo y final de la novela, aunque también se utiliza al principio de la narración que escribe el protagonista para inducir al lector. Es utilizado para hablar de su enfermedad, de Ramos, y de cómo, finalmente, muere. Durante la narración relativa a los momentos posteriores a su muerte, narrada, lógicamente, en futuro, se comienza a utilizar un presente con un uso desplazado progresivamente. Es decir, Cortázar logra sutilmente que el lector asimile lo que previamente el protagonista ya había asimilado.


  • Futuro: Utilizado durante casi todo el cuento. En él, el protagonista narra lo que sucederá tras su muerte. Llega un momento de tal interiorización que se empieza a utilizar un presente verbal, como ya se ha comentado más arriba.
Así las cosas, se forma un triángulo que interrelacciona las distintas realidades: 
  • Presente-Futuro: La historia se genera a partir del presente, desde la conciencia del protagonista, es decir, que se proyecta desde la realidad palpable.


  • Presente-Pasado: La conciencia del protagonista le permite formar una predicción en su imaginación, y así proyectarla en el futuro. Esta conciencia está formada de recuerdos y vivencias, es muy posible que el protagonista sospechase de Liliana y de Alfredo, o que estuviese celoso de Alfredo (no conocemos, realmente, al protagonista). Así, incluso, al pensar esa situación, podría tratarse de una redención. Cortázar, a su estilo, nos deja un terreno resbaladizo por sus silencios: será el lector quien deba rellenar los huecos narrativos.


  • Pasado-Futuro: Este terreno está compuesto por partes de los antes mencionados. El pasado (que desconocemos) del protagonista sirve, en cierto modo, como forjador de la historia que inventará. Por otro lado, mientras estamos en la realidad del futuro (la narrada) no debemos olvidar a qué dimensión pertenece el narrador: a la material, a la del presente. De esta forma, la huella de que el protagonista está vivo aún (no en la historia narrada, pero sí en la realidad del presente) se encuentra en los recuerdos intercalados con el relato o con comentarios (entierro del gordo Tresa, el póker contra Fernandito, etcétera) que nos hacen recordar quién está narrando la historia.
En cuestiones estilísticas cabe mencionar: 
  • El uso de los signos de puntuación, empleados caóticamente (desaparición del diálogo convencional, intercalación con pensamientos y hechos, etcétera), recurso muy cortazariano.


  • Los personajes y su estilo de vida: casi todos los personajes que construye Cortázar (con una precisión y realismo asombroso) suelen compartir ciertas facetas, a saber: los que cobran importancia en la narración suelen ser bohemios, fumadores, rebeldes a su manera y de acuerdo con ciertas ideas fijas (aunque esto no es sistemático, claro). Sin embargo, cuando se nos presenta a Alfredo, observamos que éste es cortés, amable y cariñoso con la familia del protagonista: fuma cuando ya están todos acostados, sobre todo la madre, para evitar que el humo la moleste, por poner un ejemplo. Este recurso nos hace analizar a Alfredo con una lente diferente: Alfredo es un tipo que no transmite malas energías, empático al lector. El tratamiento que hace el narrador de él es realmente increíble, es como si el enfermo abdicara en vida en él, cuando, más tarde, acaba junto a su mujer.
¿Qué quiere decir Cortázar en Liliana llorando? Pues, desde luego: nadie lo sabe. En mi opinión: que valoremos aquello que amamos. No quiero ni imaginar cuán frustrante tiene que ser admitir ante ti mismo que tu mujer, a la que amas, acabará junto a tu mejor amigo por el bien del conjunto de personajes, siendo esto lo más doloroso. Aún así, se riza el rizo: nosotros, como lectores, no tenemos ni idea de la relación real entre Alfredo y Liliana. Así que podríamos ser víctimas del engaño de un enfermo que delira en sus últimos momentos de vida, en el caso de haber creído el relato que nos es contado. Esto último rompería mucho con la línea que suele seguir Cortázar, asique yo, personalmente, lo descartaría, pero no rechazo el hecho de que no sepamos absolutamente nada sobre los personajes, ya que toda la información que nos llega pasa por el filtro del protagonista moribundo.

Sin más, aquí finalizo mi análisis. Intentaré seguir con los cuentos de Octaedro, que recomiendo plenamente a cualquier persona. Me gustaría que quedase claro que todo lo aquí expuesto proviene de mí, de mi forma de pensar y de interpretar la información. Esto quiere decir que puedo estar en lo cierto o también en un error. Si crees que así es, no dudes en dejar tu comentario dando tu punto de vista, siempre, como es lógico, desde el respeto. De esta forma todos nos enriquecemos de la literatura, que es el fin de este blog. 



jueves, 24 de septiembre de 2015

La voz del Bardo Antiguo

Te doy la bienvenida a La voz del Bardo Antiguo. A modo de presentación: 

Joven del contento, ven hacia aquí
y contempla cómo la aurora se desvela
imagen de la verdad recién nacida.
La duda ha huido, y las nubes de la razón,
y oscuras disputas, y mañas arteras.
La locura es maravilla sin término,
intrincadas raíces enredan sus caminos.
¡Cuántos han caído allí!
Tropiezan toda la noche con los huesos de los muertos,
y sienten un no sé qué, mas se preocupan,
y desean guiar a otros cuando ellos son quienes deberían ser guiados.

William Blake, Canciones de Inocencia y de Experiencia.
Traducción: José Luis Caramés y Santiago González Corugedo.


William Blake, por Thomas Phillips (1807)

Que la primera entrada fuese un homenaje a este autor me pareció lo más correcto. Por su potencia lírica incalificable y, por supuesto, por bautizar este rincón con uno de sus poemas. 
Así las cosas, esta pequeña entrada no es más que una presentación. Un cálido recibimiento a todos aquellos y aquellas a los que no les asuste pensar. A todos los que aman el arte, concretamente, la literatura. Y ahí es donde quería llegar. Este blog comprenderá varias secciones. En principio: Poesía, prosa, y quizá algo de teatro y de crítica literaria. Éstas estarán compuestas por fragmentos que yo elegiré y que analizaré, esperando de vosotros una opinión parecida, contraria, o incluso una apertura de debate. Todo lo que sea enriquecernos unos a otros forma parte del legado que nos dejó el Bardo Antiguo, ya olvidado por muchos, pero recordado con tesón por otros. Sin más, espero que te haya resultado agradable esta primera toma de contacto. Hasta la próxima.

Cumpleaños, de Ángel González

Ángel González (1928 - 2008), poeta de la llamada Generación del 50, desarrollará una obra poética muy innovadora. Con un gran repertorio temático, cuenta con poemas descriptivos, alegóricos, oníricos, humorísticos, aforísticos... y, como el que analizaremos a continuación: existencialistas. Ganador de numerosos premios, su obra más reconocida es Áspero mundo (1956). A modo de curiosidad, citaré unas palabras del propio autor sobre su condición de poeta:
"Si acabé escribiendo poesía fue para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir. Pero yo hubiese preferido ser músico -cantautor de boleros sentimentales- o tal vez pintor."
Ángel González en 2007.


Sin más, éste es el poema:



Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
      

El mensaje del poema es claro: el cumpleaños, un motivo de celebración y jolgorio, es para el poeta, sin embargo, una vergüenza irremediable. Pero vayamos por partes. 

Una de las técnicas que hace del poema una maravilla es su ritmo: lento, constante, pesado. Parecen los pasos de la propia muerte. Y, en realidad, es algo deliberado: el poeta sabe que el ritmo va a sugerir la idea principal del poema. Esto se logra gracias a las oraciones simples, normalmente, acabadas en dos puntos ("Yo lo noto:...; Yo comprendo:..."). Esto, que puede parecer anecdótico, es un motivo muy recurrente en la obra del autor. 

Las imágenes que nos sugiere el poema son, realmente, lo que lo hace tan poderoso. Volverse menos cierto, es terriblemente verdad: el tiempo pasa, y la eternidad nos borra poco a poco.
Otra imagen sorprendente y original es la que aparece entre los versos cuarto y sexto: 
"[...], burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños."
Podemos imaginar sin hacer mucho esfuerzo al poeta deshaciéndose lentamente, deshilachándose, como un muñeco viejo, por las manos (desde luego, la selección léxica que se da en todo el poema es notable: la palabra puños sugiere mucha más violencia que la palabra que he empleado yo, manos; y podríamos citar muchos ejemplos más).

El resto del poema entra, subrepticiamente, en la entraña más profunda del lector. ¡Es cierto, ay, cuánto hemos de mover el corazón! Pareciera como si tuviéramos que empujar una roca enorme, como si el latido fuera un ejercicio verdaderamente fatigoso. Y así quiere que lo veamos el autor: en ningún momento se habla de la acción involuntaria de "latir", sino de "mover el corazón". De nuevo, una selección léxica brillante.

Otro elemento de vital importancia para el funcionamiento del poema es el uso del encabalgamiento. Ángel González supo utilizar muy bien este recurso en su obra poética. El encabalgamiento es partir un verso, literalmente, por la mitad, y lanzar lo que sobre al siguiente. A modo de ejemplo:
"Yo comprendo: he vivido
un año más
, y eso es muy duro.
[...]"
El verso completo debería ser "Yo comprendo: he vivido un año más, / ...". Sin embargo, el poeta rompe con la sintaxis y con el sentido común para reforzar esa frase en concreto. Debemos distinguir dos tipos de encabalgamiento: el suave y el abrupto. Ángel González utiliza, a lo largo de todo el poema, únicamente encabalgamientos abruptos (lo cual dice bastante sobre las intenciones del autor). Los encabalgamientos abruptos cuentan con, como mucho, cuatro sílabas, y suelen resaltar una idea, como su propio nombre indica, de forma más abrupta. Desde luego, al leer los versos antes citados, podemos leer también el dolor que siente el autor por haber vivido ese año más. Y lo sabemos sin que él lo haya siquiera insinuado: pura magia poética.
Por tanto, la importancia del encabalgamiento es evidente, tanto para el ritmo como para el contagio de esa sensación de pesadumbre.

Para terminar: el final del poema es, en realidad, una imitación soberbia de un epitafio lapidario.
"Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho."
Lo absurdo, casi cómico, en este par de versos juega un papel crucial. Desde luego, se emplea una lírica surrealista: sabemos que uno no se puede morir ni mucho ni poco, se muere y punto. Y ése es el problema: el cumplir años es un indicativo de que seguimos vivos, sufriendo, viendo pasar al tiempo, inexorable. Estaremos de acuerdo en que este pensamiento no incita en absoluto una sonrisa al soplar las velas de la tarta, ¿verdad?